miércoles, 10 de junio de 2020

HISTORIAS DE INOPORTUNOS PARA SU DESGRACIA: LA HIJA DE JEFTÉ, EL HIJO DE IDOMENEO Y CELEDONIA


Fijaos, si no tenéis otra cosa mejor que hacer en este texto:
Entonces Jefté hizo un voto al Señor: «Si entregas a los amonitas en mi mano, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto». Jefté pasó a luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en su mano. Los batió, desde Aroer hasta Minit —veinte ciudades—, y hasta Abel Queramín. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sometidos a los hijos de Israel. Cuando Jefté llegó a su casa de Mispá, su hija salió a su encuentro con adufes y danzas. Era su única hija. No tenía más hijos. Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: «¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo y has causado mi ruina! He hecho una promesa al Señor y no puedo volverme atrás». Ella le dijo: «Padre mío, si has hecho una promesa al Señor, haz conmigo según lo prometido, ya que el Señor te ha concedido el desquite de tus enemigos amonitas». Y le pidió a su padre: «Concédeme esto: déjame libre dos meses, para ir vagando por los montes y llorar mi virginidad con mis compañeras». Él le dijo: «Vete». Y la dejó ir dos meses. Ella marchó con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes. Al cabo de dos meses volvió donde estaba su padre, que hizo con ella según el voto que había pronunciado. Ella no había conocido varón. Y quedó como costumbre en Israel que de año en año vayan las hijas de Israel a conmemorar durante cuatro días a la hija de Jefté, el galaadita.
Bueno, ya veis: Jefté hace un voto que tiene que cumplir, El texto pertenece a la Biblia, más en concreto al Libro de los Jueces, capítulo once, versículos 30 al 40.
Vamos a ver otra historia y me contaréis:
Tras la caída de Troya, existen diferentes tradiciones sobre su regreso: en una de ellas, el héroe fue sorprendido por una violenta tempestad y prometió al dios Poseidón que si llegaba vivo a su casa le ofrecería en sacrificio al primer ser vivo que se encontrara. Para desgracia del héroe, a quien primero vio al tocar tierra fue a su propio hijo. Él, de todos modos, cumplió su voto.
Sobre este tan desgraciado Mozart escribió su ópera Idomeneo, re di Creta. Fijaos que en la historia bíblica y en esta historia resumida aparecen los mismos componenentes:
a)     Un juramento en el que se ofrece en sacrificio al primero que se encuentre.
b)    Un favor a cambio: conseguir una victoria o salir sano y salvo de una tempestad.
c)     La aparición desafortunada del a hija, en el primer caso, o del hijo en el segundo.
d)    El sacrificio, pese a que son hijos del que lo pronuncia, se lleva a cabo.

Sin embargo, leyendo Los años de juventud del doctor Angélico, me he llevado una muy grata sorpresa porque resulta que Palacio Valdés, siempre con su bonhomía y gran conocedor de la Historia Sagrada y de la mitología clásica, hace de este mitema algo jocoso y divertido. Veamos cómo utiliza el mito clásico y el relato bíblico ad iocandi modum:

“Se hallaba nuestro joven una tarde celebrando su acostumbrada conferencia con Sócrates cuando se le ocurrió preguntar al célebre filósofo si estaba destinado por Dios a ser casado o soltero y en el primer caso quién sería la mujer a la cual habría de llamar  esposa. La respuesta del filósofo fue terminante: “La primera mujer que veas y te hable, ésa será tu esposa”.
     Jáuregui,  el receptor del oráculo,  era muy aficionado al espiritismo y le preguntaba a Sócrates en sus sesiones por diferentes cuestiones.  Sigue un punto y aparte más abajo:
     “En aquel mismo instante llamaron con la mano a la puerta de escape de su alcoba. Toda su sangre fluyó al corazón.
-         ¿Se puede?-dijo una voz femenina desde fuera.
Era la criada de su planchadora que solía traerle dos veces por semana la ropa. Jáuregui, sin responder, se apresuró a echar el cerrojo. No llegó a tiempo.”
           Vemos en este relato humorístico cómo el pobre Jáuregui, aunque intenta echar el cerrojo, no puede y no puede porque los “oráculos no se pueden dejar sin  cumplimiento”.
           Palacio Valdés, con ese humor tan propio, nos sigue contando:
           “Esta Celedonia, criada y aprendiza de su planchadora, era una moza de veinte años, frescachona y razonablemente fea, la boca grande, la nariz ancha, los ojos saltones. Su ilustración al mismo tiempo no dilatada. Sumaba por los dedos bastante bien, pero no había abordado otros misterios de las matemáticas. Hablaba con todos como si estuvieran al otro lado del río; sus fuerzas, hercúleas; sus discursos , pintorescos; su risa, formidable”
           Pues el bueno de Jáuregui se casó con Celedonia y hasta fueron felices y comieron perdices. ¡Sócrates no se podía equivocar!


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