jueves, 18 de junio de 2020

TRES HORAS DE SIESTA


Como bien saben los pocos que me leen, soy un gran aficionado al yoga ibérico, es decir, a la siesta, el gran invento español. Ya dijo Cela que, para que una siesta fuese de calidad, tenía que ser de Padrenuestro, pijama y orinal, pero es que leyendo unas notas sobre la Guerra Civil me encuentro algo curiosísimo: resulta que los nacionales o sublevados tentaban a los del bando republicano con “conceder tres horas de siesta al que desertara y se cambiara de bando”. Os juro que no está sacado de ningún guion de Miguel Gila como tampoco está sacado de un guion de Berlanga el que ambos bandos, en la guerra de trincheras, quedaban para verse, intercambiarse tabaco, jugar al mus y, en el culmen de la españolidad, hacer un paella juntos nacionales y republicanos. De tal manera que en el argot de los combatientes, reunirse en los descansos de la guerra era “hacer la paella”. Yo, recordando lo que me contaba mi abuelo Luis Platón Villafruela que se pasó los tres años de guerra en la Ciudad Universitaria con el ejército de Franco, corroboro lo de los encuentros. También,  cualquiera que haya visto  La vaquilla,  esa aproximación tan cercana a lo que fue  la Guerra, - una guerra que parecía de alpargatas, pero que fue terriblemente cruel y dolorosa -,  puede ver cómo confraternizaban los dos bandos incluso dándose un bañito en una charca y así aliviar los calores del tórrido verano cañí. De la siesta quiero hablaros en entrada a parte porque ya sabéis que mi abuelo era un gran aficionado a ella y me contó una historia que no tiene desperdicio.


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