miércoles, 8 de julio de 2020

VALERIANO, EL EMPERADOR PRISIONERO


¿Os imagináis que a Donald Trump lo secuestraran y lo tuvieran como rehén sin que el gobierno americano, hipotéticamente regido por su propio hijo,  moviera un dedo por rescatarlo? Ya sé que pagar dinero por rescatar a Trump se antoja, a cualquiera con dos dedos de frente, una pérdida estúpida de dinero. ¿No sería un alivio dejar de ver su tupé postizo en los telediarios? Pero vamos a lo que vamos.
         Nos trasladamos al 253 d. C que es el año de la llegada de Valeriano  al poder imperial y dio la mala suerte que Sapor I, rey de los persas, declaró la guerra al Imperio Romano. Valeriano se tomó muy en serio la declaración y viajó al escenario bélico. Como se necesitaba un gran ejército para hacer frente a los persas – que por cierto, llevaban más de seiscientos años fastidiando-, no se le ocurrió otra cosa al emperador que confiscar los bienes de los cristianos y a sí se apropió de los bienes de obispos, diáconos y presbíteros. Con ese dinero, Valeriano se “montó” un ejército de 70.000 hombres para hacer frente a los persas.
         Al principio, todo fue bien y Valeriano logró reconquistar Antioquía ( la de Asia Menor, no la de Galicia de la que tanto hablaba don Álvaro Cunqueiro)se adentró hacia oriente persiguiendo a los persas. Sin embargo, la mala suerte seguía a Valeriano y, por si fueran poco los persas,  ahora le llega  una peste que ataca y diezma al ejército romano que se queda, la verdad, muy debilitado. El emperador no tiene dinero y, sin dinero, no puede agenciarse otro ejército (a los pobres curas ya los había dejado in puribus )por lo que decide parlamentar con Sapor I. Se me olvida decir que Valeriano estaba en Edesa, una ciudad  que me recuerda siempre a un frigorífico que teníamos en casa por el que yo hacía que ascendiera mi Madelmán escalador. En fin, seguimos.  Valeriano hace lo que tenía que hacer: envía a Macrino el Viejo, su prefecto del pretorio, que vendría a ser algo así como un vicepresidente (no me tentéis a pensar  que Sánchez envía a Iglesias a parlamentar con el enemigo porque no lo voy a hacer). Pero Macrino era un traidor (no me sigáis tentando, por favor) y lo que quería era el Imperio para sus hijos y para él. Así que habla con el tal Sapor y éste le escucha  a su “sapor”, es decir,  encantado porque es una gran ocasión para crear un Guerra Civil en Roma y pegarle el hachazo al Imperio. Así que manda a Macrino de vuelta al campamento con la mentira de que estaba dispuesto a negociar con Valeriano, pero que él mismo tenía que ir al campamento persa. Valeriano se fue para allá con tan sólo cincuenta guardias que, nada más llegar, murieron bajo las flechas persas. Sapor se había separado de su escolta para saludar al romano y el romano había hecho lo propio. Y ya tenemos a Valeriano como prisionero de Sapor que, como era inmensamente rico, no quería ningún rescate por él y lo convirtió en la mascota bufa de la corte. Es más, cuentan las crónicas que lo usaba de taburete para subirse al caballo. ¡Jamás nadie había visto a un emperador de Roma sirviendo de banqueta  para que un rey montara a caballo!  Pero también es verdad que, por aquellos años, no existía el Decathlón en donde se pueden adquirir tales banquetillos por un módico precio. De nada valieron los mensajes de Veleno, rey de los Cadisos, que escribió a Sapor para que lo dejara en libertad. Pero no es eso lo malo.
         Lo terrible es que en Roma, su hijo Galieno había ocupado el puesto vacante del padre y no movió un dedo para liberar a su padre. ¿No quiso moverlo o no pudo? Misterios de la historia.
         ¿Qué pasó con el pobre Valeriano? Pues que siguió siendo el juguete de Sapor que le condenó a trabajos forzados y hasta le hizo tragar oro fundido. Sin embargo, yo prefiero otra versión más misteriosa: consiguió escapar y vivió por el reino persa como un ciudadano más. Lo de ser emperador de Roma no era ningún chollo.  Ya veis lo que tiene el peso de la púrpura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario