martes, 10 de marzo de 2020

BÉLA BARTÓK Y LA MUERTE EN SAMARCANDA


Ya hemos visto en otra entrada cómo Béla Barytók era un hombre comprometido con la libertad. Cuando el avance nazi,  - que en Hungría fue más terrible si cabe aún por el criminal gobierno de Miklós Horthy que pactó con Hitler y que sumió al país en un baño de sangre y torturas-, , llegó hasta extremos insoportables, Bartók cogió a su mujer Ditta Pásztory y se embarcaron para Nueva York a donde llegaron en octubre de 1940. El músico húngaro no tuvo una estancia feliz en la ciudad americana pues al principio no recibía encargos ni podía dar conciertos. Todo cambió a partir de 1942, pero una leucemia le iba a dejar muy poco tiempo de vida. Sus dos últimas obras fueron su Concierto para Viola y su tercer concierto para piano escrito, como diría Cervantes, “con un  pie puesto ya en el estribo”. Según cuentan, en la última página del concierto para piano, Bartók escribió vége, fin en húngaro: era el fin de la obra y el fin de su vida de la que iba a partir, como él mismo dijo, con las maletas llenas de ideas musicales. El concierto para viola, con ese adagio religioso inolvidable, no lo pudo acabar y fue su alumno, Tibor Serly, el que lo terminó. El compositor salió de su casa, un apartamento en la calle 57,  un 22 de septiembre de 1945 y fue llevado a un hospital en el lado oeste de Manhattan. Moría en ese hospital el 26 de septiembre de 1945, cuatro días después.

         Cuando oigo estos dos conciertos, el de viola y el tercero para piano, oigo también a la muerte persiguiendo al compositor, esa muerte con la que Bartók echó una carrera enloquecida para poder acabar sus obras. Pero, sin embargo, como ocurre siempre, la muerte ya nos está esperando en Samarcanda y Bartók, como nos pasará a todos, perdió la carrera. Salvo en la novela de Saramago, la muerte no conoce “intermitencias”.


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