martes, 10 de marzo de 2020

JEAN RACINE NO TENÍA INSTAGRAM


Me he leído con mucho gozo dos obras de Jean Racine: La Andrómaca y la Ester. Si bien es verdad que algunos pasajes de la traducción de Losada no me han gustado (por ejemplo, esa manía de traducir transport por transporte y no por delirio o arrebato que sería lo suyo) os cuento algo de la vida de Racine que saca a colación el prologuista y que os paso a relatar.

         Resulta que Racine, tras la muerte de su abuelo materno, pasó a vivir a Port Royal des Champs donde vivían retiradas su abuela y una tía. Allí Racine aprendió el griego con gran soltura y,  al poco,  ya se leía de corrido, con anotaciones de su puño y letra, a Plutarco, Platón y su Banquete, San Basilio, o Píndaro, esa piedra dura y hermosa. En las horas perdidas, como no había You Tube, ni Instagram, ni juegos on line, el chaval se dedicaba a leer  Teágenes y Cariclea. Como le sobraba tiempo, se puso a traducir al francés los himnos del Breviario y, enamorado del tierno paisaje de Port Royal, escribió un libro de siete odas para describirlo de manera poética. Luego en sus obras (Fedra, Británico, Andrómaca) se ve la huella del mundo clásico.

         A ver si el Ministerio de turno se entera que esto de la Cultura Clásica  (doble aburrimiento por Cultura y por Clásica como dijo Agustín García Calvo en Alcalá de Henares) es algo más que batallitas de romanos: nos estamos jugando nuestra propia cultura porque en la educación no hay más que dos caminos: el de la escuela o el de la barbarie. Por los últimos años, parece que hemos elegido, para nuestra desgracia, el segundo. ¡Que Dios nos coja confesados!


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